viernes, 7 de diciembre de 2007

Empuñadura fatal.


Él era un as de los cuchillos. Ella una acróbata y su ayudante. La confianza entre ambos fluía como la sangre por sus venas, impulsada por el corazón del peligro. La tabla, delante de la cual se encontraba parada la mujer, bastante rígida, estaba cubierta de las huellas del cuchillo al clavarse de punta. Sobre su cabeza, una esfera roja que parecía la misma que ingirió “Blanca Nieves”.Él había estado teniendo pesadillas desde tres noches anteriores. Se despertaba agitado y absorbido por un sudor seco y helado. Llevaban media hora practicando, debajo de la carpa. La precisión del hombre, era infalible, hasta el momento. La valentía y seguridad de Ella, lo era más aun. Empezaron la décima tanda de lanzamientos. Luego de que el segundo cuchillo, se despegara de la mano del hombre, y diera en la tabla, Ella le guiñó un ojo. En ese momento él se acordó de su hijo más pequeño, cuya muerte sucedió hace tres años, cuando un automóvil, irrumpió en la carpa donde practicaba malabares y lo atropelló. Su padre siempre le dijo que debía trabajar en el circo como él. Desde entonces se rehúsa a subirse a un vehículo. El hombre tomaba el tercer cuchillo por el mango y lo lanzaba, luego de un momento de angustia. Justo en el blanco. El cuarto cuchillo logró una simetría perfecta entre el cuerpo de la mujer y el tercero. Mientras sacaba el quinto cuchillo recordaba a su mujer, una gran jugadora de polo, que luego de discutir con él, una soga rodeó su cuello y un banco se corrió desde debajo de sus pies. Y pensar que fue su hijito el que la encontró en la casa de campo. El mismo día una llamada lejana le trajo la noticia de que su hermano había muerto debido a un infección, parece que la “gangrena” se lo comió, en su estadía en el Amazonas. El cuchillo que lanzó recientemente también dio en el blanco. El sexto cuchillo fue el que condicionó la situación. El recuerdo de su padre agonizando, muriéndose de Rabia, mientras el jabón se desprendía de su boca. Se retorcía, se quejaba, hasta que de pronto, se quedó quieto, y dejó de jadear. Todo eso lo conmocionaba, comenzó a temblar, una lágrima bajó por su mejilla, hasta llegar a su objetivo: el mango del cuchillo. Sintió una sensación, como si el cuchillo se le fuera a resbalar, pero lo pudo contener, y colocarlo en el lugar indicado. El séptimo cuchillo estaba saliendo de su cintura. Ahora un tren de lágrimas impulsadas por la gravedad descendían por su cara. La mujer seguía allí, tan rígida como una tabla, y algo asombrada de lo que sucedía. El hombre abandonó el pasado algo lejano, y acudió a uno más reciente: el de sus sueños. Intentó recordar que había soñado tres noches atrás. No se acordaba de mucho; simplemente de un dragón y de un fuerte ruido. Una noche más tarde se encontró frente a una mezcla de lugares, y criaturas que creía haber visto en una película. Su último sueño fue el peor. Era algo borroso. Una mujer, sí, había una mujer, tirada en el suelo. Sí, eso era. Estaba llena de sangre. El hombre se sentía culpable, pero no sabía por qué. La mujer tenía un puñal clavado en el pecho. De repente se encontró lanzando el séptimo cuchillo. Parecía tan grande que no creía que hubiera salido de su mano. Cortaba el aire, dejando a su paso solamente trozos de nieve. Era demasiado tarde, para cualquier reacción. El cuchillo penetró en el pecho de la mujer, que estaba parada frente a la tabla. En un grito ahogado la sangre salió por el borde del puñal, y también por su boca .Las rodillas de la mujer dieron en el suelo, y luego el próximo contacto fue su cabeza. Nadie más que las dos personas que estaban ahora en la carpa, sabía lo que había pasado. El hombre casi petrificado, miró su cinturón y los tres cuchillos que le quedaban. Mantuvo la mirada fija en ellos. Luego de unos segundos decidió que eran para él.

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