lunes, 15 de septiembre de 2008

La mazmorra del Hombre.


La libertad es el altar,
a donde todos queremos llegar,
pero también es el lugar,
donde pensamos en realidad estar.

Esta ansiada libertad,
se vuelve una limitación,
nos esconde la verdad,
y emancipa nuestra acción.

Somos libres al andar,
mas para nada al amar,
somos libres de engañar
pero en verdad no al pensar.

No concibo el argumento,
si existe dicha entidad,
no posee el firmamento,
esta absoluta verdad.

La completa libertad
no se puede admitir,
pues no es nuestra voluntad,
el comenzar a vivir.

sábado, 13 de septiembre de 2008

Poema de un pecador.


Una pregunta sublime
domina mi pensamiento,
si el pecador se redime,
olvidará el sufrimiento.

Es propio del ser humano,
el acto de pecar,
pero el tenderse la mano
no basta para perdonar.

El pecado más horrible
es el pecado conciente,
cuando el pecador es libre
de decidir con su mente.

viernes, 5 de septiembre de 2008

La carrera del olvido.


No sé cómo empezar a relatar mi historia pero aquello era lo más importante de mi vida. Tres semanas llevaba durmiendo muy poco. Me despertaba cerca de diez veces cada madrugada. Los nervios crispaban mi cuerpo y antes de que el sol estuviera en cuclillas, yo ya me había resignado a levantarme de la cama. El tiempo era más lento de lo normal y aquellas tres semanas (sobre todo la última) habían sido las más largas de mi vida.
Anteanoche no conseguí dormir ni por un instante, ni siquiera después de tomar una pócima para el sueño. Cuando el reloj marcaba las seis de la madrugada, y por el dolor que sentía en todo el cuerpo, decidí que era hora de alejarme de las sábanas.
Tuve una pequeña discusión con mi sepillo de dientes y casi caigo envuelto en la cortina del baño. Sumamente ansioso comencé a prepararme el desayuno. Los nervios me hacían actuar con torpeza. Luego de quebrar una taza y tirar su contenido en el suelo, por fin conseguí sentarme en la mesa. Debo admitir que aquel desayuno fue el más raro de mi vida. Mi sentido del gusto debía estar aletargado. Las tostadas parecían galletas de arroz y el café parecía tener más de agua que de café mismo. Tenía la esperanza de que luego de ingerir aquello al menos pudiera decirse que sirvió para devorar el tiempo. Sin embargo luego de acabar el desayuno solo habían pasado unos escasos minutos. Me puse a dar vueltas por toda la casa hasta que me cansé. Acto seguido me dediqué a leer un libro de un autor inglés: Paul Shulmantks. Ya iba por la mitad cuando continué ese día. Es un libro fascinante que trata de las aventuras entre el tiempo, la realidad y sus respectivas explicaciones. Estuve cerca de una hora y cuarto leyéndolo. Me detuve cuando por fin se hizo la hora en que tenía que partir hacia el lugar de la carrera.
Llegué a la pista y una gran cantidad de gente estaba por todos lados.
Ya todo estaba preparado. Como habíamos quedado la noche anterior los muchachos llevaron el auto y estaba en perfectas condiciones. Su brillo era impresionante. Realmente una hermosura. Y lo mejor de todo es que no se quedaba solo en eso, sino que su motor estaba hecho de un alma veloz. Un altavoz informó que en cinco minutos debían presentarse todos los automóviles para la vuelta de prueba. Me sentía con un gran orgullo al vestir aquel equipo. Luego de colocarme el caso me subí a mi preciosura azul. Irónicamente, encerrado dentro de paredes de metal y plásticos era en el único lugar en donde me sentía libre. Podía desplazarme sin tener que estar aferrado al suelo, y sin alejarme de la tierra. El aire fresco rozaba mi cara, que parecía cortarlo y dividirlo para siempre. La vuelta de prueba fue muy satisfactoria. Después de ella nos colocamos cada uno en su posición para la verdadera carrera. Veintiún auto intentarían dar las once vueltas a la pista y cada uno de nosotros tenía igual deseo de ganar. El momento se acercaba. Mi corazón aumentaba cada vez más su ritmo. La bandera simulaba tener un peso enorme. Aquel brazo en el aire. Yo estaba en la posición 16 y me sentía como un animal enjaulado que espera abran un candado y una puerta para poder salir. Se escuchaban los motores de todos los autos enfurecidos. Por fin la bandera empujada por el tiempo y ayudada por la gravedad calló. Miles de gritos estallaron a la vez. Una gran sonrisa se dibujó en mi cara y tomé el volante con todas mis fuerzas, al mismo tiempo que pisaba el acelerador. Todo era fantástico. Ahora necesitaba concentración. Esta carrera debía ser mía, no podía perderla. Mi objetivo, como el de todos, era alcanzar los picos máximos de velocidad en las rectas y llegar a tiempo a las curvas, sin chocar con nadie. Comencé a rebasar a mis contrincantes. Primero uno, otro, hasta que llegué a la quinta posición. La gente gritaba de una forma espléndida y todos estaban expectantes. No vi sus caras, pero podía sentirlo. El material de la pista gastaba las cubiertas que despedían un olor muy fuerte. Conseguí quedar en la tercera posición luego de que Mc Neids chocara a Brutmaitl y ambos quedaran fuera de la carrera por algunos instantes. Solo cinco vueltas restaban. Sentía mi pecho contra el parabrisas y un golpeteo abrupto dentro de mi cuerpo. Mi mano izquierda temblaba tal vez por aferrarme tan ferozmente al volante, mientras mis piernas se colocaban ansiosas entre un cambio y otro. En la siguiente recta avancé como el fuego en la pólvora y quedé en segundo puesto. Dos vueltas nada más. Yo era conciente de quién era él, pero también me conocía y conocía a mi auto. Tendría pocas oportunidades para ganarle el lugar, porque quedaba muy poco de la carrera. Cada vez la gente gritaba con más fuerza. Yo sentía que la sangre circulaba por mis venas que se dilataban para dejarla pasar. En la curva siguiente sucedió, arrasé a Mihantwel que casi se sale de la pista. Ahora si, estaba en primer lugar. Por fin la carrera era mía. Solo una vuelta más. Solo una. La siguiente recta fue para mi tan larga como el resto de a carrera. A continuación una curva bien lograda. Luego otra recta acelerada a fondo. Una curva más y allí estaba. De frente a la llegada y viendo un cartel enorme. Iba a ganar. Aceleré a fondo y todo comenzó a temblar. Faltaban menos de doscientos metros. Enseguida oí una gran explosión. Algo o alguien querían arrebatarme el sueño y me negué a detenerme. Como si hubieran puesto algo en mi camino, alguna de las ruedas delanteras se trancó y volqué. Recuerdo haber dado muchas vueltas pero el resto es un abismo de olvido.
Ahora estoy acostado en una cama, en el hospital. Siento un dolor tremendo en todo el cuerpo. Sin duda agradeciendo por el milagro de mantener mi vida. Mi auto tenía más atributos de los que yo había aprehendido. No obstante me siento muy angustiado, deprimido y algo impotente por haber estado tan cerca y no poder lograrlo.
Alguien llama a la puerta. Una enfermera me entrega una carta que según ella llegó hace una semana y media atrás. Le agradezco y se retira. Es muy curioso, porque la carta tiene la fecha de hoy. Al abrirla me sorprendí mucho, porque tenía el sello oficial de la Asociación Automovilística Nacional. Iba dirigida a mí y me felicitaba por ganar la carrera de el día anterior.