jueves, 7 de febrero de 2008




Es increíble la tristeza que nos puede llegar a ocasionar, ver una nube solitaria en el cielo. Sólo un pequeño trozo de pureza en medio de una enorme semiesfera azul, que se va palideciendo a medida que se acerca al horizonte. Es como ver a un hombre solitario, abatido, sin ganas de vivir, a la deriva y muy apartado del fin que debe cumplir. Arrastrado por el viento y sediento de aventura. Bajo el radiante sol, sin el aliciente de alguna diminuta sombra. Sólo, como un libro que nunca ha sido abierto. Abandonado y discriminado como un leproso. Pasará mucho tiempo antes de que esto cambie. Si es que varía. Tal vez un día, o una hora. Hasta un segundo es un largo tiempo para los que podrían no estar muertos. En ese transcurso la agonía puede llegar a ser tremenda. Todo está en eso. En nacer, crecer y morir. En formarse, juntarse y caer. Desde el momento en el que muera estará satisfecha, y orgullosa de si. Despreocupada porque sabe que la vida se alza, rozándole los talones a la muerte. Se apunta siempre al mismo lugar. Aunque es el viento quien conduce a las nubes, como es el destino de un hombre lo que lo lleva a vivir (o a dejar de hacerlo), al final siempre sucede lo mismo: Llueve, y las gotas caen en el mismo sentido. Ese es el fin de la vida, eso es lo que espera una nube solitaria en medio del cielo azul. Aguarda el rescate de las demás personas, que ayuden a cumplir su propósito. El que no llueva puede significar que los hombres no estén unidos. De la misma manera si los hombres no se unen no lloverá.