A pesar del pronóstico del tiempo
que habían dado, aquella era una noche estupenda, fresca, pero estupenda.
Caminaba yo por la ciudad, mientras charlaba de varios temas con mi amigo. Sus frases
actuaban como una suerte de consuelo, una especie de amortiguador, y al menos me
permitía ver otra parte del mundo. Es
sorprendente lo que puede hacer el cansancio mental en la psiquis de uno, pero
hasta que no sucede uno no lo entiende. Caminamos alrededor de veinte cuadras, aunque
yo hubiera deseado que fueran el doble, o aun más. No quería regresar en ese
momento a mi casa, prefería seguir hablando o simplemente caminar. Aun así el camino se había terminado y de
repente la charla continuaba mientras esperábamos inertemente en una parada de autobús.
Mi casa no tenía nada de malo, por el contrario, tenía una familia adorable y
muy poca responsabilidad. No obstante, era como volver al mismo cansancio
mental.
Muchos temas transcurrieron por
el itinerario, tantos como ómnibus pasaron antes de que llegara el que yo necesitaba
abordar. Me aburrí de decirle a mi amigo que si no fuera porque había llevado
el auto al mecánico, ya había salido por ahí. Al despedirnos, un buen apretón
de manos y un abrazo me arrastraron a la fila para subir. Una señora mayor, un
señor con una niña, una mujer embarazada, otra señora mayor (con su cabello
teñido de un color horripilante), una muchacha y luego yo. Un último pantallazo al cielo y después apoyé
el pie derecho en el primer escalón. Al meter la mano en el bolsillo para sacar
mi billetera me encontré con un manojo de tres llaves, y un colgante de tela.
La estaba examinando con cuidado cuando la voz del chofer me hizo dar un salto,
con su elocuente “¡arriba!”. Como pude le entregué los veinte pesos que saqué
de mi billetera y retiré el boleto. Una laguna mental, que pareció durar horas
(aunque sé que no permaneció en mí más de tres segundos) me invadió, y se apoderó completamente de mí.
Estaba muy confundido, no podía pensar, no comprendía qué estaba pasando. Yo
había llevado el auto al mecánico, pero a qué hora. No recordaba nada de
eso. De pronto, sin ni siquiera saber
por qué, crucé el ómnibus lo más rápido posible, toqué timbre y me bajé por la
puerta trasera. Al bajarme lo entendí.
¡Qué tonto! ¿Dónde tenía mi
cabeza? ¡Nunca llevé el auto al mecánico! No sé que fue peor, pensar que dejé
plantado al pobre señor que esperaba que yo le llevara el auto, o tener tan
asumido que se lo había llevado que no vi el vehículo cuando pasé a su lado en
el estacionamiento. Caminé veinte cuadras para tomar el ómnibus, mientras mi
mente ciega, sorda y muda, ni siquiera se percató de todo lo que pasaba. Yo estaba convencido, juro que lo estaba. Muy
consternado comencé a caminar hacia el lugar en donde había dejado mi auto.
Llamé a mi casa y avisé que estaba demorado, y que me había olvidado de llevar
el auto al mecánico. Ya era tarde para llamarlo, pero tendría que hacerlo
temprano en la mañana para pedirle disculpas. La carga que llevaba no era nada
liviana, y el zapato derecho comenzaba a lastimar la parte posterior de mi pie.
Cuando por fin llegué, noté que
había dejado la radio encendida. Por suerte, el motor se puso en marcha de
todos modos. A pesar de que en mi casa, todos se reían cuando contaba lo que me
había pasado, a mi me invadió una gran preocupación. ¿Cómo es que una persona
puede autoconvencerse de tal manera que no se dé cuenta que no es cierto lo que
cree que hizo o está haciendo? ¿Y si eso nos pasa en otras circunstancias o en
otros aspectos de la vida? ¿Y si el episodio se repite y cometo errores más
graves?
2 comentarios:
eso es stress de estar sobre girado..me ha pasado alguna vez y está demenosss!!hay q descansar..capas q decimos q no xq tenemos q ahcer esto, esto,esto y esto pero a la larga ganas salud mental..pavadita de cosa!
"Una amanecer en cualquier parte del mundo. Congelados los ojos prisioneros, en un iluso. Tratando de escapar por una ventana, que no conducirá, a ninguna parte..."
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